Aprovechando la sintonía ideológica y personal con la administración de la Casa Blanca, el Gobierno argentino ha dado el paso más audaz de su política exterior: el inicio de conversaciones exploratorias para un Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos. La Cancillería, bajo instrucciones directas del Presidente, ha presentado en Washington una hoja de ruta que busca sortear las trabas del Mercosur, planteando la posibilidad de un acuerdo bilateral “a la uruguaya” o, en su defecto, un acuerdo de preferencias arancelarias estratégicas. El objetivo es claro: anclar la economía argentina al bloque occidental y atraer inversión norteamericana directa en sectores clave como energía y tecnología.
La movida diplomática genera un terremoto regional. Brasil, socio mayoritario del Mercosur, observa con recelo este movimiento, advirtiendo que cualquier negociación individual viola los estatutos del bloque. Sin embargo, la postura argentina es pragmática: “El Mercosur debe modernizarse o seremos un lastre”, repiten los diplomáticos del Palacio San Martín. La apuesta es que, ante el nuevo escenario geopolítico global, Estados Unidos necesite aliados confiables en el Hemisferio Sur para contrarrestar la influencia china, lo que abriría una ventana de oportunidad histórica para Argentina.
Los sectores productivos locales reaccionan con cautela. Mientras el agro y los servicios del conocimiento celebran la posible apertura del mercado más grande del mundo, la industria manufacturera teme una competencia desigual. El Gobierno promete que cualquier acuerdo contemplará plazos de desgravación largos y protección para sectores sensibles, pero la señal política es inequívoca: el proteccionismo ha dejado de ser una política de Estado.
El 2026 se perfila como un año de cumbres y viajes presidenciales. Si Argentina logra avanzar hacia el estatus de “Socio Global” pleno de la OTAN y firma un preacuerdo comercial con Washington, habrá reconfigurado su matriz de inserción internacional por las próximas décadas, abandonando la histórica “tercera posición” para alinearse sin matices con las democracias liberales del norte.







